Karina, una historia de superación I

Querría contar una historia algo personal pero que, al fin y al cabo puede hacernos reflexionar sobre hasta qué punto podemos dañar a un animal al abandonarlo y cómo a su vez puede recuperar las ganas de vivir con una familia que realmente lo quiera.

Esta es la historia de Karina, una perra mestiza, a la que algunos creyeron que era mezcla de caniche pero que, por el estado que llegó a una protectora de Valencia, difícilmente se podía saber. Karina tenía las dos patas traseras fracturadas y, ante tal situación, había aprendido a caminar únicamente con las dos delanteras, manteniendo las patas heridas en el aire, haciendo verdaderos equilibrios.

Por el estado en el que se encontraban sus patas traseras, sin apenas musculatura, daba la sensación de que el animal hubiera estado vagando durante mucho tiempo de aquella lamentable forma. Puede que suenen duras las palabras pero aquel animalillo era un despojo de pelo y huesos.

Todo comenzó en el mes de noviembre cuando me enteré de que necesitaban acogida para Karina, debido a que se encontraba muy débil, decidimos ayudar a la protectora dándole un hogar temporal hasta que se recuperara. Apenas sabíamos cómo era Karina por una fotografía que habían publicado en la página de dicha protectora por lo que cuando llegamos para llevárnosla vimos realmente cuál era su estado. Mantenía la cabeza gacha y cuando nos aproximamos a ella casi no tuvo fuerzas ni para mover el rabo. Todo su pelo estaba lleno de enredos y en lugar de blanco, su color natural, había adquirido una tonalidad pardusca. Se me sobrecogió el corazón sólo de verla.

No puedo decir que todo fue de color de rosas y enseguida se recuperó puesto que estaría mintiendo. El primer mes fue duro ya que Karina no quería andar por lo que teníamos que sacarla a la calle en brazos a fin de que hiciera sus necesidades. Como tenía las patas traseras tan débiles, nos explicaron los masajes que debíamos darle a fin de que volvieran a ganar musculatura y que poco a poco, Karina pudiera caminar con las cuatro patas.

Pese a que parte del tiempo permanecía dormida, a causa de la fuerte medicación que le dábamos para calmarle el dolor, a Karina cada día se le veía más feliz y con ganas de esforzarse por salir adelante. En cuanto tuvimos ocasión la llevamos a la peluquería canina para que le hicieran un arreglo en su pelo pues había sido imposible quitarle los enredos y, sobre todo, queríamos que se encontrara mejor.

La mimamos mucho, le dimos todo el cariño posible y así, se convirtió en una perrita muy importante en nuestras vidas. Cada pequeño logro que conseguía para nosotros era una auténtica alegría. Todavía recuerdo cuando Karina (Karinuchi como la solemos llamar) comenzó a dejar de balancearse con las patas delanteras a la hora de caminar y en su lugar, enderezó lo que pudo su cuerpo para apoyar una de sus patas traseras (aunque había veces que, por pura costumbre, volvía a tratar de “hacer el pino”).

Los masajes continuaban a diario y varias veces al mes teníamos que llevarla a la clínica de la protectora para que le realizaran las pruebas pertinentes. Los fines de semana que nos marchábamos a la casa del pueblo, aprovechábamos para llevarla a ella y a nuestra otra perra, Cata, al campo. Karina disfrutaba mucho caminando (a su ritmo y sin apoyar una de las patas traseras) por los senderos y fue por allí cuando empezó a interesarse por los olores que hasta entonces había ignorado por completo.

La medicación fue disminuyendo a medida que la perra se fortalecía y, por fin, vimos a una Karina alegre y contenta que se acercaba a ti en cuanto oía su nombre. Durante las comidas apoyaba su cabeza en las piernas y te miraba con sus grandes ojos marrones a la espera de que le dieras algo de comer. Llegó un momento en que le cogimos tanta estima que nos era imposible devolverla de nuevo a la protectora. Pese a no estar recuperada del todo, queríamos encontrarle un hogar a Karina.

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