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¿Los animales sufren?

  • María Marta Valero
  • 3 ene 2016
  • 3 Min. de lectura

Cuando compras un producto cosmético o cualquier producto de uso cotidiano lo más común es que uno no se pregunte qué pasos han seguido para determinar que el contenido de ese producto no resulta dañino para el ser humano pues como bien se sabe, gran parte de las cremas, champús o desodorantes que se utilizan contienen ingredientes químicos.

Sin embargo, con mirar el reverso del producto podrá verse (en muchos casos) “testado dermatológicamente” lo cual implica que para saber si el contenido es perjudicial o no, testan esos productos previamente con animales ya sean ratones, conejos o cerdos. La cuestión aquí es, ¿los animales sufren? Y, si es así, ¿por qué tenemos que someterlos a ese dolor simplemente por nuestro propio beneficio? La revista Quo llevó a cabo una investigación que plasmó a través de un reportaje a fin de dar respuesta a estas preguntas.

El principal problema que se encuentra es que no se puede aplicar el umbral de dolor del ser humano a un animal pues según Francesc Padrós, miembro del Servicio de Diagnóstico Patológico de Peces de la Universidad Autónoma de Barcelona, los humanos podemos considerarnos como la especie que tiene la más compleja respuesta al dolor. A ello se le añade el hecho de que muchos animales han desarrollado mecanismos que les permitan afrontar mejor el dolor y por tanto, para los humanos sería más difícil detectar esas señales de sufrimiento. Esto se debe a que en la naturaleza, un animal herido se vuelve vulnerable ante posibles depredadores por lo que se convierte en un blanco fácil.

Ante tal situación, Paul Flecknell, del Instituto de Neurociencia de la Universidad de Newcastle, comenzó a analizar junto a su equipo los distintos gestos que podían mostrar los animales usados en los laboratorios con el objetivo de determinar una escala de dolor al igual que se realiza con los bebés y los niños pequeños.

Uno de los resultados a los que llegaron fue que el umbral de dolor en los animales también varía incluso entre individuos de una misma especie. Por su parte, Bob Elwood en la Universidad de Belfast demostró que los cangrejos cambiaban su lugar de refugio tras haber recibido un calambre en este. Del mismo modo, la respuesta de los cangrejos ermitaños ante la leve descarga eléctrica era abandonar la concha que tenían por hogar a fin de sobrevivir frente al ataque.

Es posible que no todo el mundo esté de acuerdo ante estas declaraciones pero la FAO de Naciones Unidas declaró que las investigaciones científicas han demostrado que cualquier tipo de animal de sangre caliente tiene la capacidad de sentir dolor y miedo. Por ejemplo, se ha concluido que el pico y la faringe de las ocas son muy sensibles por lo que forzarles a la ingesta de alimentos les supone dolor.

Además como bien se conoce, cualquier animal cuenta con un sistema nervioso que responde psicológicamente ante circunstancias en las que al igual que el ser humano sentiría dolor: pupilas dilatadas, pulso agitado, elevación inicial de la presión sanguínea… De manera que porque los humanos puedan expresar sus sentimientos y tengan mayor raciocinio que los animales no conlleva que estos sean individuos carentes de sensibilidad.

Para concluir querría insistir en que, ante la investigación mostrada, nos concienciemos en el sufrimiento que podemos causar en los animales. Por ello, conviene apostar por aquellos productos que no hayan sido testados en animales como la marca Lush o los que poseen el sello "Leaping Bunny". De hecho, la marca Lush como parte de su política contra la crueldad animal, realizó una actuación en una de sus tiendas en Reino Unido para crear conciencia y reunir firmas contra esta práctica empresarial. En esta denuncia, una mujer sufrió voluntariamente los mismos horrores que padecen los animales en los laboratorios con la finalidad de probar los ingredientes cosméticos. Así, fue obligada a comer y se le inyectó distintos compuestos.

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